LA MANO DERECHA DE DIOS - Entrevista en el Chañaral


Los acordes del órgano que quiebran la tranquilidad de la mañana sanrafaelina, en Mendoza, mientras un prolijo coro repite insistentemente el estribillo de lo que semeja un canto gregoriano: “Benedictum Verbum Incarnatum”.


El sacerdote abre los brazos y repite una frase incomprensible. Su voz, potente y seca, remite a la oscuridad de las grandes abadías medievales de piedra. El latín, la lengua muerta, deshechada por el Concilio Vaticano II en la década del setenta para la liturgia católica, renace de su garganta.
En la nave principal, un grupo de 30 jóvenes vestidos de impecables sotanas blancas responde en el mismo idioma.

¿Ustedes son periodistas?, ¿Por qué no me sacan unas fotos?- dice, campechano, Miguel Sacco, el sacerdote mas viejo del grupo, y se ríe buscando un cómplice. Camina sobre el césped prolijo y habla con un acento porteño inconfundible. “Soy de Floresta, hincha de San Lorenzo y de All Boys, y fanático de Horacio Salgán..”. Esa es su terjeta de presentación, con la que invita a cruzar un jardín de olivos para llegar a la modesta habitación donde vive. En la biblioteca pueden leerse títulos tan variados como La Historia de Cristo, de Giovanni Papini, El naufragio del progresismo y un ejemplar del Concilio Vaticano II. Y mientras se saca la sotana comienza a hablar con su voz cascada: “Acá en el Instituto hay gente de todo tipo, rubiecitos con guita y gente de la mas baja estofa. Nos acusan de estar en contra del Papa pero para nosotros es un ídolo. No hay nada raro, nos ponemos la camiseta del cristianismo y defendemos la teología que se desprende del Magisterio de la Iglesia. No nos gustan las teologías modernas, ni las cosas contestatarias como la “Teología de la Liberación”.

Sacco hace silencio. Relata su vida: que era empleado bancario, que se casó de joven con una piba de barrio, que tuvieron varios hijos y que decidió ordenarse después de la muerte de su esposa. Hoy tiene 66 años, cinco nietos y un fervor religioso a prueba de balas.

“No soy del verbo encarnado. Pero estoy viviendo acá y estoy muy contento. Esto es muy popular porque vienen mas de cien personas por misa y eso es porque le damos bola a la gente. Pero no nos gustan las categorías tradicionales. ¿Qué se opone al progresismo?, ¿el conservadurismo?, NO. Lo que se le opone es la misión y nosotros somos misioneros. Siempre hubo gente en la Iglesia que se quiso escapar por la tangente. El progresismo es eso: la tangente, no es la Iglesia. Y yo quiero esto: un sacerdocio despolitizado. La Teología de la Liberación fue un verso total, nuestra opción por los pobres es verdadera porque es espiritual.”

Ustedes defienden a la Iglesia pero es justamenete ella quien les clausuró el seminario. ¿Cómo se entiende?.

(El arzobispo de San Juan, monseñor Alfonso), Delgado nos está jodiendo, es verdad. No nos gusta que nos cierren las casas, pero bueno, de última es el comisario pontificio. Vamos a respetar la decisión pero también vamos a pelearla dentro de la Iglesia.

DE TACUARAS Y GUARDIANES

Esa desobediencia a la Iglesia, según la historia oficial, viene desde lejos. Desde los días de la fundación del grupo, en marzo de 1984.

Todo comenzó en Paraná, en los feudos de monseñor Adolfo Tortolo, cuando tras su muerte, el actual presidente del Episcopado, Estanislao Karlic, se hizo cargo de la diócesis e intentó hacer cumplir los preceptos del Concilio Vaticano II, sancionado 20 años antes. Lo cierto es que los integrantes del
Seminario, de reconocida filiación nacionalista y de derecha, no toleraron la modernización a la fuerza y decidieron mudarse al seminario diocesano de San Rafael. Simultáneamente, Carlos Buela, capellán del Liceo Militar General San Martín, de Buenos Aires, acordó con el por entonces obispo de la ciudad mendocina, León Kruk – un ferviente defensor de la dictadura militar -, la creación del Instituto del Verbo Encarnado. De ésta manera, los dos grupos comulgaron de la mano del sector mas ultraconservador de la Iglesia Católica y actuaron juntos durante un par de años.

Con su arribo a Mendoza, Carlos Buela volvió a estrechar la mano de uno de los ideólogos del grupo paranaense. Se trataba nada mas y nada menos que del sacerdote Alberto Ezcurra Uriburu, descendiente de Juan Manuel de Rosas y del general golpista Félix Uriburu, y fundador, en 1957, del movimiento Tacuara, una organización basada en la Falange española y que en sus principios se reconoció como filonazi. Los tacuaristas llevaban la Cruz de Malta en la solapa y vestían de uniforme en los ritos de iniciación que realizaban en oscuros rincones del cementerio de Chacarita.


 
Ezcurra y Buela se conocían de antes, cuando los presentó Alberto Buela, hermano del líder del Verbo Encarnado y director de la revista Michael, una publicación que conjugaba el nacionalismo mas fervoroso con el ocultismo esotérico. Carlos Buela, Ezcurra, Miguel Esperoni y Carlos Nadal, entonces, participaron de la fundación del Instituto, bajo la tutela política del Obispo Kruk y el Faro ideológico de los sacerdotes Julio Meinvielle y Leonardo Castellani.

Los ochenta fueron una década fructífera para el Instituto. Visitados asiduamente por los coroneles Aldo Rico y Mohamed Alí Seineldín – quién plantó un árbol fundacional en uno de los predios – duplicaron el número de los seminaristas año tras año. Por esos días también se mudó a San Rafael Ricardo Curutchet, director de la revista Cabildo, e hicieron contacto con uno de los principales referentes de la derecha peronista, el ex líder de Guardia de Hierro, el voluminoso Alejandro Álvarez, conocido como El Gallego, quién suele visitarlos habitualmente y ofrece conferencias a los seminaristas sobre temas tan variados como “El combate al neoliberalismo” o el “El rescate de la gesta de Malvinas”.

Parte del mito o no, muchos aseguran que las relaciones entre los ex guardianes de hierro y el Verbo Encarnado son mucho mas que una simple simpatía. Parte de esa convicción se desprende de que el ex ministro del interior menemista, José Luis Manzano – también ex guardia -, los visitaba en los tiempos dorados de la congregación y, según dicen ex miembros del Verbo, “solía otorgar millonarios subsidios al grupo religioso”.

“No somos un grupo político ni tenemos un plan estratégico”, asegura Sacco, el locuaz sacerdote que vive con los seminaristas, menea la cabeza de un lado a otro, e intentando negar la filiación de derecha del grupo, agrega un poco más de confusión sobre el Verbo Encarnado. “Es mas, tenemos un sacerdote, al que le falta un brazo, que militó en la guerrilla salteña con Ricardo Masetti. Es Enrique Bollini Roca y ahora está en Bolivia”, dice, y apunta que era el encargado del enlace y correo entre el Comandante Segundo con las ciudades del interior del país.

LOS ARREPENTIDOS

“Rubén”, nombre falso del primer arrepentido de esta historia, aún tiene miedo. Su voz trémula lo demuestra. “Fui secretario privado del padre Buela durante un año y pertenecí al Instituto casi una década - asegura – y quiero decir todo lo que yo ví. Allí dentro no tenia libertad y nos enseñaban que los que nos atacaban estaban locos; me presionaban con que iba a caer en la tentación. Era como si me hubieran lavado la cabeza. Además nos proponían que nos mortificáramos con cintos de cueros y cilicios. Tenían una disciplina férrea: si no eras como Buela te hechaban”.

Rubén baja la voz y cierra los ojos. “A mí nunca me quedo claro. Decían que estaban en contra de la Masonería. Sin embargo, Buela siempre formaba logias internas. Yo particpé de las reuniones de Viruta, un grupo de diez seminaristas elegidos y el padre Buela.

Se llamaba así porque nos reuníamos en la carpintería del Instituto. Allí se trazaban las estrategias a seguir, las formas de recaudar fondos, ya sea mediante subsidios del Ministerio del Interior o de un importante banco privado. También se hablaba de política y de sexo y se bebía alcohol”, dice, y hace un alto como para crear misterio: “De todas maneras, ésa era una práctica habitual en Buela. Cuando estuvo en el Liceo Militar formó el grupo Yunque. No era otra cosa que una logia masónica. Muchos de ellos hoy están todavía en el Instituto”.

Rubén se panta sobre sus pies y fortalece su voz: “Quiero que quede claro: no se trata sólo de una cuestión religiosa, sino también política. Se trata de un proyecto determinado y bien preciso. Trabajan con sectores de alto nivel de ingresos pero también con los marginales. Cooptan gente y forman cuadros. Y las prácticas las tomaron de Guardia de Hierro”.

M.R. es alta, de pelo castaño, habla nerviosa y dice que tiene tanto miedo como el apócrifo Rubén y se estremece cuando recuerda los días que vivió dentro del Instituto: “En el seminario había distintos estratos sociales, era una sociedad cerrada y estratificada, basada en la obediencia y el silencio. Un sistema bastante parecido al hitleriano, y practicaban un paulatino alejamiento de los familiares. A los chicos los obligaban a tratar de Usted a los padres. Nos censuraban todo, no podíamos ver televisión,
porque era obra del demonio, ni bailar, ni leer a Gramsci o Paulo Freire”, cuenta e invita al cronista a caminar por las calles de San Rafael.

La mujer hace un alto el el relato, respira hondo y de sus ojos brotan unas lágrimas que tienen algo de nostalgia por los años perdidos y algo de angustia por la presión psicológica a la que fue sometida. “Yo era una nena y pasé demasiado tiempo de mi vida ahí dentro y cuando me fui me trataron de traidora. Nunca los voy a perdonar”, jura antes de terminar con la entrevista y con la caminata que concluye en la plaza central de San Rafael.

M.R. habla del perdón, Rubén del miedo, la gente cree que un velo de misterio rodea a la congregación. Mitos y verdades se entrecruzan en un conflicto voraz dentro de los muros impenetrables de una iglesia milenaria que sabe guardar sus secretos en baúles de silencio. Poco se sabe y poco se explica. El sigilo y los tiempos vaticanos construyen un relato que avanza lentamente pero prohíbe implacablemente y sin derecho a réplica. Mientras tanto, en San Rafael, política y fe discurren entre ortodoxias, autoritarismos y herejías. En una historia enhebrada por opusdeístas, antiguos guerrilleros guevaristas, miembros de la ya inexistente Guardia de Hierro, menemistas descreídos y nacionalistas ultramontanos, el Instituto del Verbo Encarnado parece ser el nombre de una novela de intrigas, mentiras, poder y dinero.

Fuente : http://www.pepe-rodriguez.com/Mentiras_Iglesia/Taxa/Taxa_taxacamarae_apologetica.htm

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