Ya no te lloro


Ya no te lloro. Ayer me descubrí cantando contigo, sonriendo con tus cosas. Ya no te lloro. Las lágrimas me pesan, me nublan la vista, me dejan sin palabras. Esa tristeza mía lloraba por mi, por la soledad mía de creer no poder verte. Mis lágrimas eran las lágrimas del que se queda, del que no mira más allá de este cuartico pequeño que llamamos, con pequeñez ingenua, vida.
Ya no te lloro porque te sigo viendo, porque verte me produce alegría. Estás ahí, en cada rincón donde mis ojos llorones se posan y viéndote se secaron mis lágrimas. Estás en las canciones que canto, las que tú me enseñaste. Estás en lo que escribo, en lo que pienso, estás en esa fuerza que me empuja a seguir luchando.
Sobrevolábamos Caracas hace una semana cuando fui a despedirte. Miraba a mi Caracas desde el cielo y allá abajo mi ciudad era toda tú. Vi los edificios nuevecitos de la Misión Vivienda, la Plaza Venezuela que lloraba apagada; mis ojos siguieron por el bulevar de Sabana Grande, vi a la gente que caminaba en la amplitud ordenada de un espacio que, si me dejo, podría olvidar el caos que fue. Y viéndote cerré los ojos para llorar muy duro, y con los ojos cerrados no se puede ver.
Ya no te lloro, porque quiero verte, porque verte me da vida, mi Presi. Entonces te miro en los niños que van a la escuela, en esos muchachitos confianzudos que te trataban de tú, que te metían galletas masticadas en la boca, que rompen, como tú, todo protocolo para hacer lo que el corazón les dice. Te miro en la gente que cierra filas en torno a ti, cerrando filas en torno a nosotros mismos, con la Constitución que nos regalaste, que nos regalamos, en la mano, en la cabeza, en la boca. Te miro en los libros que leemos, que nos invitaste a leer. Te miro en las palabras de un pueblo al que, no solo le diste voz, sino ideas y palabras para alzarla.
Te miro en la bandera izada en las ventanas, en los techos, en el techo de mi casa, desafiando el silencio ciego de las casas que me rodean. Te miro en abrazo de mi Gordo que te mira con mis mismos ojos. Te miro en mis niñas cuestionándose todo. Te miro en la certeza de que habrá futuro.
Te miro en nuestra unidad de concepción, esa coreografía compleja que nos enseñaste bailar para sortear dificultades, contradicciones, ataques y zancadillas. Te miro en lo que hicimos, en lo que hoy hacemos y en lo que queda por hacer.
Con ojos brillantes te miro sin poder evitar una sonrisa agradecida, porque eres nuestro, porque te hiciste nuestro con tu entrega. Ya no te lloro, mi Presi, te asumo, me multiplico en el “Yo soy Chávez” colectivo, en tu compromiso inquebrantable de defender la alegría.
Ya no te lloro, te mantengo vivo calzando la parte que me corresponde calzar en tus inmensos zapatos y avanzo... Avanzamos.



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