LA FIGURA DEL FLACO

De Jorge Miguel Soler TE DESEO MUY BUENA JORNADA PARA LA ETAPA QUE COMIENZAS. ESTE PEQUEÑO RETAZO DE VERSOS DE NERUDA, PUEDES ACOPLARLOS PARA LEVANTAR LA FIGURA DEL FLACO Y AL MISMO TIEMPO EL ESPIRITU DE LA LUCHA A REALIZAR CONTRA LOS MONOPOLIOS. ¡ MUCHAS F E L I C I D A D E S !!!! Y estoy casi seguro, aunque no les agrade esta noticia, que seguirá mi canto más acá de la muerte, en medio de mi patria, será mi voz, la voz del fuego o de la lluvia o la voz de otros hombres, porque con lluvia o fuego quedó escrito que la simple poesía vive a pesar de todo, tiene una eternidad que no se asusta tiene tanta salud como una ordeñadora y en su sonrisa tanta dentadura como para arruinar las esperanzas de todos los reunidos roedores. Agregar un pie de foto Yo vine del Sur, de la Frontera. La vida era lluviosa. Cuando llegué a Santiago me costó mucho cambiar de traje. Yo venía vestido de riguroso invierno. Flores de la intemperie me cubrían. Me desangré mudándome de casa. Todo estaba repleto, hasta el aire tenía olor a gente triste. En las pensiones se caía el papel de las paredes. Escribí, escribí sólo para no morirme. Y entonces apenas mis versos de muchacho desterrado ardieron en la calle me ladró Teodorico y me mordió Ruibarbo. Yo me hundí en el abismo de las casas más pobres, debajo de la cama, en la cocina, adentro del armario, donde nadie pudiera examinarme, escribí, escribí sólo para no morirme. Todo fue igual. Se irguieron amenazantes contra mi poesía, con ganchos, con cuchillos, con alicates negros. Crucé entonces los mares en el horror del clima que susurraba fiebre con los ríos, rodeado de violentos azafranes y dioses, me perdí en el tumulto de los tambores negros, en las emanaciones del crepúsculo, me sepulté y entonces escribí, escribí sólo para no morirme. Yo vivía tan lejos, era grave mi total abandono, pero aquí los caimanes afilaban sus dentelladas verdes. Regresé de mis viajes. Besé a todos, las mujeres, los hombres y los niños. Tuve partido, patria. Tuve estrella. Se colgó de mi brazo la alegría. Entonces en la noche, en el invierno, en los trenes, en medio del combate, junto al mar o las minas, en el desierto o junto a la que amaba o acosado, buscándome la policía, hice sencillos versos para todos los hombres y para no morirme. Y ahora, otra vez ahí están. Son insistentes como los gusanos, son invisibles como los ratones de un navío van navegando donde yo navego, me descuido y me muerden los zapatos, existen porque existo. Qué puedo hacer? Yo creo que seguiré cantando hasta morirme. No puedo en este punto hacerles concesiones. Puedo, si lo desean, regalarles una paquetería, comprarles un paraguas para que se protejan de la lluvia inclemente que conmigo llegó de la Frontera, puedo enseñarles a andar a caballo, o darles por lo menos la cola de mi perro, pero quiero que entiendan que no puedo amarrarme la boca para que ellos sustituyan mi canto. No es posible. No puedo. Con amor o tristeza, de madrugada fría, a las tres de la tarde, o en la noche, a toda hora, furioso, enamorado, en tren, en primavera, a oscuras saliendo de una boda, atravesando el bosque o en la oficina, a las tres de la tarde o en la noche, a toda hora, escribiré no sólo para no morirme, sino para ayudar a que otros vivan, porque parece que alguien necesita mi canto. Seré, seré implacable. Yo les pido que sostengan sin tregua el estandarte de la envidia. Me acostumbré a sus dientes. Me hacen falta. Pero quiero decirles que es verdad: me moriré algún día (no dejaré de darles esa satisfacción postrera), no hay duda, pero moriré cantando. Y estoy casi seguro, aunque no les agrade esta noticia, que seguirá mi canto más acá de la muerte, en medio de mi patria, será mi voz, la voz del fuego o de la lluvia o la voz de otros hombres, porque con lluvia o fuego quedó escrito que la simple poesía vive a pesar de todo, tiene una eternidad que no se asusta tiene tanta salud como una ordeñadora y en su sonrisa tanta dentadura como para arruinar las esperanzas de todos los reunidos roedores. PABLO NERUDA

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