El inquilino


Con vos, sólo una relación perfecta. Una en la que, sin importar el momento, la ocasión o el lugar, pueda decir todo lo que siento y todo lo que pienso. Sincero hasta el detalle. Cuando quiero hablar, hablo. No miento, ni oculto. Si me preguntás: ¿en qué estás pensando?, contesto. Te digo lo primero que se me cruza. Soy transparente, espontáneo, sincero. Como te gusta decir: no tenemos secretos. Nosotros nos contamos todo. 

Lo que no entiendo es por qué te enojás tanto conmigo. Ahora sabés cuándo te quiero y cuándo no te quiero, cuándo me gustás y cuándo no. Si me cae bien lo que decís o me parece una estupidez. Si me resulta simpática tu familia o me da vergüenza ajena. Somos uno, no tendrías que molestarte. Está bien, ya no digo que sos la mejor y que mis ojos te pertenecen. Ahora te cuento. Como lo pediste: sin filtro. Recién salido del horno, o mejor aun, cuando todavía no está terminado de cocinar. Pero si querés, podemos volver a charlar sobre el tema. Eso sí, te rogaría que antes me saques las manos –un poco chicas para mi gusto– del cuello. 

¿Qué era lo que callaba? Básicamente: lo que pide, quiere y demanda esa parte de mí que no controlo. Ese inquilino que llevo dentro y con el que negocio a diario. Como el inquilino es impresentable y yo sigo siendo responsable por lo que hace, evito, por más que insista, que se relacione libremente con el resto del consorcio. Porque al él le gusta opinar. No importa el tema, le encanta. Además, cambia seguido. Es atropellado, insistente y todo lo apasiona. Un poco bruto el inquilino. 

Si le hubiese hecho caso a todo lo que mi inquilino demanda ya hubiera asesinado a una larga lista de conocidos. En verdad, celebro que todavía estén vivos. Al menos la mayoría de ellos. 

Si cada vez que el inquilino quisiera hablar, yo le diera micrófono, me dejaría sin amigos ni parientes. Por eso, desconfío de la sinceridad. La sinceridad nada tiene que ver con ser honesto y, en algunos casos, son cosas contrapuestas.

 Decir todo lo que se siente sin elegir es cargar al otro con lo que nos resulta insoportable. Que se las arregle con lo que quiere nuestro inquilino y que sepa quién vive dentro nuestro. Pensar que el que avisa no traiciona es una mentira descomunal. Se traiciona igual, así hayamos avisado. 

Los que predican que hay que expresar los sentimientos todo el tiempo tienen una noción religiosa del ser humano. Vieron muchas películas en las que cuando los protagonistas se sinceran, todo se arregla. Eso no es ser honestos, eso es confundir propietarios con inquilinos. De todas maneras no hay que hacerse los distraídos, la casa es una sola y cuando un inquilino insiste y nadie lo escucha, se dedica a destrozarla.

Ricardo Coler

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