El cuaderno de Juan

Galamba, el desaparecido que le escapó dos veces de la muerte


Fue perseguido durante la dictadura militar. Se escondió pero una semana después del mundial de fútbol fue secuestrado junto a todo el entorno solidario que lo refugió. Previo a eso escribió en un cuaderno Gloria para sus pequeños hijos.


En los testimonios de la militancia política de los años setenta hay dos o tres cortes que le dan distintos perfiles a ese pasado histórico convertido en herida como corolario de la represión ilegal desatada por la dictadura militar. El primer corte en el tiempo es la organización de los jóvenes, seguida del simple hecho de juntarse a leer un libro de historia. Este tiempo de organización, de lecturas que serán el germen de lo que luego se habría de reprimir, sucedió tal cual lo capta uno de los capítulos del libro-testimonio Hacerse cargo, editado por la Casa de la Memoria y la Cultura Popular. Allí se plasma con retazos de historias de vida aquello que anticipa una cita de suficiente elocuencia: “Cada cual es tan pequeño como el miedo que siente y tan grande como el enemigo que elige”.

La historia de Juan José Galamba se inscribe en esa segunda opción, como parte de una apuesta colectiva. Luego de haber crecido junto a su familia en La Marzolina –un pueblo de General Alvear–, pasa a la universidad y de allí a un grupo autónomo, reunido en torno a la lectura de un libro de Hernández Arregui. La cuestión de empezar a militar en concreto era algo que movilizaba a todo el ambiente, con distintos grupos que disputaban, atraían. Juan José se inclinó por el Partido Socialista, en una confluencia más bien pequeña de gente que en 1973 adhirió al Frente Justicialista de Liberación a nivel nacional, razón por la cual terminaría siendo echada de la orgánica partidaria. En Mendoza quedarían dos opciones, o sumarse a Poder Obrero o a la Juventud Peronista, tal como lo hizo Juan José, en momentos en que una gran mayoría de militantes se volcaba a la agrupación Montoneros.

Claro que por entonces se vendría el segundo corte, el del avance de los “depredadores”. Es decir, la represión hacia los sectores juveniles. Si bien no hay una fecha exacta que lo demarque, todo indica que en Mendoza dicho avance tiene como piedra de toque la destitución del gobernador Alberto Martínez Baca, a poco más de un año de su asunción. Hacia mayo de 1976, cuando Juan José había formado una familia con Alicia Morales y tenían dos hijos de 1 y 2 años, la represión había avanzado de tal manera que el contexto era desolador. Se produce prácticamente la desarticulación de Montoneros en toda la zona Cuyo, quedaban sólo unos pocos dirigentes o allegados a la conducción. Es el caso del abogado sanjuanino Jorge Vargas Álvarez que se traslada a Mendoza con su esposa e hijas y se instalan en la casa de Juan José y Alicia, en calle Rodríguez de la ciudad. Según se ha podido reconstruir en el segundo juicio por crímenes de lesa humanidad, los movimientos represivos fueron precisos y en cadena, tipo “encerrona”. En este contexto, un 12 de junio se organiza un operativo para capturar a Vargas Álvarez y Galamba. Aunque este último logra escapar, son detenidas las mujeres y trasladas al D-2. A partir de ese momento, Juan José se convertía en un “cabo suelto”. Ponía a prueba una extraordinaria capacidad para sobrevivir, aislado y sin ningún tipo de recurso, sabiendo que Alicia estaba en prisión, y sus niños en la finca a cargo de sus abuelos.

Así se pasó casi un año. Alicia estuvo en varias prisiones hasta 1980 y cuenta que no tuvo ninguna noticia sobre Juan José y que luego de varios años, leyendo el Nunca Más, supo que había sido protegido por una red de personas que lo hospedaron en diversas casas y le dieron trabajo. Pero en la época no había nada de precisión, apenas unos comunicados oficiales que hablaban de subversivos abatidos en operativos. Como el de abril de 1977 en las cercanías de la Iglesia Nuestra Señora de Fátima. Entre los militantes que estaban ese día se contaba Juan José, quien otra vez corriendo se salvó de los disparos y de la encerrona.

Así, en medio de ese paréntesis que sabemos cómo se cerró (en mayo de 1978, una semana antes del Mundial, son secuestradas más de una decena de personas que tenían en común haber ayudado a Juan José y que continúan todas desaparecidas) se produjo un tercer corte, el de la necesidad de tender un puente hacia las futuras generaciones. Es entonces que ese hombre alto, flaco y rubio, que permanece clandestino, escribe un cuaderno dirigido a sus dos hijos, Natalia y Mauricio, y le pide a una ex compañera de colegio –Sonnia De Monte– que sea su intermediaria de riesgo, para que las palabras quedasen resguardadas del miedo, llegando efectivamente a sus hijos en el momento en que estos estuviesen en condiciones de leerlas.

¿Que cuál es el momento preciso en que el puente se hace realidad? Pasa mucho tiempo y es incierto que suceda, en este caso se hizo realidad luego de más 30 años. El cuaderno Gloria a rayas que entregó Sonnia llegó a los padres de Juan José y estos lo enterraron en los alrededores de la finca. Recién en el 2000 un hermano de Juan José lo sacó de adentro de la tierra y llegó a manos de Natalia y Mauricio. Por su parte, Alicia, que también era destinataria de esas palabras, dio con ellas recién en el 2006.

El cuaderno dice así: “Queridos hijos, con la caricia más dulce que un padre puede hacer, con el más tierno de los besos, quiero que sepan que papá nunca los olvida y todo lo que hace y haré es por la felicidad de ustedes. Así como con mamita los quisimos, hoy más que nunca debemos seguir adelante, hasta conseguir lo más ansiado por todos y que simplemente se llama igualdad. Pero que cuesta mucho conseguirla, pero no es imposible alcanzarla”.

“…Querida Natalia, querido Mauricio: es demasiado pedir por ustedes, son tan pequeños, tan inocentes, pero sé que lo van a entender porque quizá sean más fuertes que nosotros mismos. Debemos hacer un esfuerzo pues no sólo mamita está en la cárcel, entre grises paredes, están miles de padres y madres, miles de personas que no acallaron nunca por decir la verdad, miles que por luchar por la igualdad están encerradas y esperando que las masacren como están haciendo día a día. Miles que dijeron no puede ser que trabajemos para otros y nuestros hijos mueran de hambre cuando están enfermos. Miles que nunca dudaron en entregarse por completo a la lucha de liberación. Miles que ya perdieron su vida. Entonces, queridos hijos, no podemos dejar que se pisotee la justicia y la libertad, no podemos seguir con esta crisis causada por los mismos capitalistas y pagadas por el pueblo. No podemos seguir aguantando a los miserables que por un poco más de dinero están causando estragos. No puede ser que el que trabaja deba trabajar cada vez más y más para que los ricos puedan disfrutar mientras en las fiestas todos los días hay caviar, en otras apenas si hay pan”.

“Quiero decirles que su madre es por sobre todo mi compañera, mucho la quiero y la extraño cada vez más, tanto que me da miedo. Recuerdo cuando un día de invierno caminábamos juntos, nevaba, ella reía tan feliz como un niño. Reíamos, hablábamos y nos quedábamos en silencio mirando los copos de pureza, tan sinceros como ella, tan limpios como su mente y tan dulces como cuando al poco tiempo, el primer beso en un desquite de tanto esperar. Esa vez sentí por primera vez que la mano de una mujer es tan importante en el deseo de la vida y por ella darlo todo. Saber que basta una caricia, una palabra para sentirse vivir. Que la primera flor aún siendo capullo abre todo el camino de esperanza acumulado, saber que las lágrimas que brotan al recordarla no son ni más ni menos que del amor que siento por ella, es tan difícil decir su nombre, se me hace un nudo en la garganta cuando la nombro. La esperanza de encontrarla es la misma que antes, pero ahora es más hermosa, con fuerza y coraje, ella haría lo mismo y lo charlamos antes. Ahora sólo basta hacer y esperar el mañana”.

Dichas palabras sonaron en una de las últimas audiencias del tercer juicio por crímenes de lesa humanidad, ya que allí precisamente Juan José es una de las víctimas. Fue Natalia quien las leyó en voz alta directamente del cuadernito, frente al tribunal.

Como comprendiendo que era un mensaje válido para todos los hijos, no son para ella y Mauricio: “Justamente por haber tenido hijos decidieron quedarse y no huir, para dejarnos un mundo mejor a nosotros”, resumió, para finalmente agregar que su padre leía y tomaba notas de libros mientras estaba resguardado en la casa de los hermanos Molina. Fue el último lugar y la última imagen de Juan José Galamba antes de desaparecer de una vez para siempre.

Sonnia De Monte y un relato. El relato viene en versión escrita porque Sonnia, además de dramaturga, es escritora. Y viene precedido por una cita de Jaime Muñoz Vargas que dice: “Hoy los maté. Ya estaba harto de que me llamaran asesino”. La densidad emocional que encierra la cita no es la de hoy, ni la de treinta y seis años atrás. Es la de Mendoza del 2006.

El relato dice así: “Habían pasado, en ese entonces, treinta años. La marcha por las calles céntricas de Mendoza convocó a enorme cantidad de personas. Algunas, quizá por primera vez. Otras, ya con muchas encima y bajo los pies, desde antes de la vuelta a la democracia. Yo andaba por ahí, entre tantos, cantando alguna consigna, cerrando los ojos fuertemente; cantaba al ritmo del corazón y los recuerdos. En un momento, allá arriba de la escalinata de la Casa de Gobierno de Mendoza, se anunció que dirían sus palabras algunos compañeros. Cuando oí ese nombre, justamente, se me cerró la boca y encerré los cantos bien adentro, porque algo me empujaba fuerte desde un recóndito lugar de la memoria.

“Comencé, mientras la voz cansina de una mujer llamada Alicia nos hablaba de luchas, de temores idos y de muy pequeños, hasta entonces, laureles conseguidos, a recorrer los senderos de tilos del Parque Cívico, como podía y pidiendo permiso para poder llegar a tiempo allá, donde ella hablaba. Porque quería preguntarle algo, necesitaba como llorar, conocer algo y sólo ella podía darme la respuesta a una incertidumbre que ya se había hecho adulta; treinta años de no saber la habían madurado y aquietado, pero seguiría cumpliendo años y haciéndome vieja de preocupación si no lograba ‘esa’ respuesta.

“Ya dije que la gente era mucha. Cuando llegué por ahí cerca, finalmente, esa mujer, Alicia, ya había terminado su discurso y sonaba música. Así es que seguí pidiendo permiso (empujando) y a medias de la escalinata hallé a alguien e indagué por ella. ‘Ya se fue’, me dijo. ‘La llevaron a la terminal de ómnibus porque tenía que volver’.

“‘¿Volver adónde?’, me enojé, me desesperé. ‘Es que yo debía preg…’. Bueno, paciencia. Ya conocí que ella estaba, ese mismo día supe que podía saber lo que necesitaba saber. Así es que, al fin y al cabo, entre tribulaciones y averiguaciones, conseguí la respuesta desde la voz de esa mujer, Alicia, a lo lejos, por teléfono. Vuelta atrás, una noche de verano del año ’77, Juan José, el compañero de esa voz llamada Alicia, en una cita a oscuras y a escondidas, me había dicho: ‘¿Podés llevarles esto a mis hijos?’. Claro que lo intentaría, claro que quería llevarlo. Los hijos de Juan José aún no sabían leer y Alicia, esa Alicia de la que hasta entonces sólo conocía la voz, estaba detenida en Devoto. Sin Juan José y sin sus hijos. No sé quién estaba más solo y más triste de ellos cuatro.

“Era un cuadernito Gloria, esos de tapa blandita y pocas páginas, escrito enteramente para los chicos que aún no sabían leer y menos aún entender el porqué les estaba pasando eso. Anduve y desanduve la ruta hacia el sur y hacia el norte de la provincia muchas veces con el cuadernito entre la ropa. Era tan importante, era tan peligroso, era tan fundamental conservarlo y entregarlo, que no hallaba lugar para ocultarlo hasta que llegara el momento en que pudiera, por fin, dárselo a los destinatarios. Decidí ocultarlo en mi casa familiar. Y esperar.

“Volvió otro verano y el reencuentro con mis amigas del alma (ellas estudiaban y temían en La Plata; yo estudiaba y temía en Mendoza) me hizo hallar la solución. ‘Chicas, tengo que llevar esto a una finca’. Sin preguntas, sin ninguna duda y sin permiso para sacar el auto del padre, fuimos las tres a la finca de los Galamba Kost para cumplir lo que había prometido. Promesa mía, mis amigas también la hicieron suya. Lo habíamos aprendido de ellos, un poco mayores que nosotros, admirados, queridos.

“Un señor me vio venir por el camino de tierra. Las chicas se habían quedado en el auto más atrás, detrás de un cañaveral. Ante él, que tenía una pala en la mano y me miraba luego de un apenas ‘buenas tardes’, se me llenó el alma de emoción, de dolor y de un poquito de paz, cuando le dije: ‘Esto manda Juan José’ y le extendí a sus manos duras por laburante el cuadernito Gloria.

“Desde entonces y hasta pasados esos casi treinta años, sí supe que habíamos continuado viviendo algunos, que Juan José había sido perseguido y asesinado, que continúa desaparecido, que nos estábamos rearmando como país o como sociedad que reclama lo justo, que había terminado de estudiar y trabajaba, que mis amigas eran profesionales, que. Mucho supe, menos si el cuadernito había llegado a las manos de los chicos.

“A esa mujer, Alicia, la conocí más que por su voz: nos encontramos, nos contamos, reconstruimos lo posible y lo demás vaya uno a saber. Conocí a los chicos, ya padres. Cuando las hijas de Natalia dicen ‘abuelo’ a Juan José, me quedo desorientada. Me cuesta verlo abuelo, cuando lo vi tan joven y con hijos que aún no sabían leer. Mientras nos hacen un asado, entre bromas y opiniones, con la ternura de la tía Graciela ahí, quien, casi diría, los crió en esos primeros años, sólo un poco mayor que ellos, entrecierro los ojos y mientras meto un buen trago de vino en la nostalgia y la memoria ya adultas y maduras, y cuando escucho la voz del Mauri, vuelvo a escuchar la voz de Juan José: apenas con volumen, rasposa, un poco disfónica, cansina, sabia. Después, volvemos a las risas, a la charla, a perseguir a los niños para que coman algo, flacos ellos como su abuelo.

“¿Por qué recurrió, confió en mí y me puso ese amoroso legado a sus hijos entre las manos? No sé. Tal vez por la fidelidad de crecer en el mismo lugar geográfico, siendo que nuestros padres venían de otro mundo y de otros dolores; tal vez por compartir la misma escuela y aprender de y para la sociedad y por querer cambiar el mundo para mejor, no para la nada. Tal vez porque fue mi padrino de secundaria (la Escuela de Agricultura, en General Alvear), mi referente, mi recordado, ese muchacho mayor, enjuto y desgarbado, de ojos azules y entrañable traza de inmigrante trabajador, que me alentaba en los exámenes y me exigía mejores notas, casi como mi padre, aunque lleno de risas. El próximo noviembre cumpliría sesenta años Juan José Galamba Kost. No los cumplirá. No tomaremos los vinos de rigor, ni haremos sonar muy mal la guitarra en un festejo. Aunque más tarde o más temprano, el cuadernito llegó a los chicos. Estuvo enterrado por años en esa tierra fértil de la finca que vio nacer y crecer a la vida y a las ideas de Juan José, aunque nunca tan fértil como para hacerlo nacer otra vez.

“Aunque no sé muy bien, porque los chicos, ya padres ahora, que leen, pudieron conocerlo a través de esa carta en un cuadernito Gloria que leí hace poco por primera vez, sólo cuando los destinatarios de ese amor y ese mensaje me lo pasaron y lo volví a tener entre las manos, casi treinta años después.

“Pude confirmar que nadie muere porque lo asesinan con furia por sus esperanzas. Permanece a pesar de cualquier vicisitud, de cualquier injusticia y regresa para hablar bajito, como leyendo para que los chicos se duerman de una vez y no precisamente un cuento, sino un canto de amor y de entrega comprometida con la historia y con la vida, para nacer y renacer cada vez que haga falta porque nos ve llorando ausencias”.

Alicia, desde el encierro. Entre los relatos más impactantes que se han escuchado en el segundo juicio de lesa humanidad realizado en Mendoza, está justamente el de Alicia Morales de Galamba. Su testimonio figura en el libro Nunca Más en el capítulo dedicado a informar sobre las secuelas de la represión en los niños. El relato está identificado bajo un número de legajo, el 5187.

“Vivía en Mendoza con mis hijos, Paula Natalia y Mauricio de un año y medio y dos meses respectivamente. Con nosotros vivía también una amiga, María Luisa Sánchez de Vargas y sus dos hijos Josefina, de cinco años y Soledad de un año y medio. El 12 de junio de 1976 alrededor de las 23 hs., estábamos María Luisa y yo en la cocina, cuando escuchamos golpes y vimos irrumpir en la cocina de nuestra casa, donde estábamos, un tropel de gente. Sin darnos cuenta ni tomar conciencia de la situación, nos golpearon y nos vendaron. Ante el estrépito y las voces, los niños se despertaron llorando frenéticamente. Los hombres revolvieron toda la casa rompiendo lo que encontraban a su paso mientras me preguntaban repetidas veces por mi marido. Cada tanto hacían ruido seco con el cerrojo de sus armas como si fueran a dispararlas. El terror se había ya instalado y no nos dejaba respirar. Era un terror creciente en medio de los gritos de los pequeños cada vez más enloquecedores. María Luisa y yo los tomamos en brazos tratando de calmarlos. Habrían transcurrido unos veinte o treinta minutos cuando nos hicieron salir de la casa y nos introdujeron a todos en un coche, tal vez un Falcon, y nos llevaron a lo que según supe después, era el D-2 o sea el Palacio Policial de Mendoza. Nos metieron en un recinto vacío y por varias horas se llevaron a Mauricio, mi hijo de dos meses. Sentí entonces que el mundo se partía. No quería vivir. Ya ni siquiera lloraba. Tirada en el piso, me había ovillado como un feto. Recién después de varias horas me devolvieron a Mauricio, mi hijo de dos meses, y poco a poco me fui recobrando. Durante dos días los cuatro niños quedaron con nosotras. Josefina y Paula no aguantaban el encierro. Lloraban y golpeaban la puerta pidiendo salir. En un momento dado uno de los carceleros sacó del lugar solamente a Josefina. Fue un nuevo tormento. No sabíamos qué querían hacer con la pequeña. Cuando la devolvieron –al cabo de un par de horas– Josefina nos contó que la habían llevado a la terminal de ómnibus para que reconociera «gente». Tiempo después vinieron a llevarse a los cuatro niños que fueron entregados a sus respectivos abuelos. Después nos separaron a María Luisa y a mí, aunque seguimos estando en el D-2. Un día uno de los carceleros me informó que traerían a María Luisa a mi celda. Me alegró poder verla de nuevo, aunque temía por su estado. María Luisa era realmente otra persona, el dolor la había envejecido. Me contó llorando que gracias a unas prostitutas había podido ver en los primeros días, poco después que nos separaron, a su marido, José Vargas. El también había estado detenido allí. Actualmente figura como desaparecido. En esa entrevista José le contó a su esposa que la hijita de ambos, Josefina, había estado presente en una de las sesiones de torturas. La habían hecho presenciar el sufrimiento de su padre, para que este hablara. Eso debió ocurrir calculo entre el 12 y 14 de junio y en el momento en que sacaron a Josefina de la celda en que estaba con nosotras. Pero el relato de María Luisa no acaba ahí. Lo que escuché después fue tan terrible que aún hoy siento como entonces que de todos los dramas que pueda vivir una persona, no debe haber otro peor que ese... Hace unos días, me dijo, me llevaron a la casa de mis padres, en San Juan. Realmente creí que era para darles satisfacción a los viejos, mostrarles que estaba viva y hacerme reanudar el contacto con las niñas. Pero no, me llevaban para asistir a un velorio. ¿Y sabes de quién era? De mi mayorcita, de mi Josefina. Cuando María Luisa le preguntó a su padre, el Dr. Sánchez Sarmiento, defensor de la Justicia Federal, cómo había ocurrido semejante hecho, este le contó que a los pocos días de llegar, la niña había sacado del cajón de un mueble el arma que el abuelo tenía en su casa, y se había disparado un tiro”.

A juicio. Por estos días se realiza el Tercer Juicio por crímenes de lesa humanidad y se analizan los expedientes de 30 víctimas, entre ellas, Juan José Galamba. Los hechos se conocen como la “gran caída” de mayo de 1978 y tienen vinculación el Mundial de Fútbol y la creación de un grupo especial llamado GE78.

Podría decirse que Juan José Galamba era el hombre más buscado por entonces y que el Grupo Especial lo descubrió tras hallar alguna información sobre la red de personas que ayudaron a Juan José. Todos están desaparecidos. El 15 de mayo cayó Margarita Dolz, la primera persona que albergó a Juan José tras haberse salvado en julio de 1976 cuando fuerzas armadas ingresaron a su casa y alrededores –operativo que derivó en la captura de su esposa Alicia Morales, Jorge Vargas Álvarez, de Montoneros, su compañera María Luisa Sánchez y los hijos de ambas parejas–.

El 17 de mayo secuestraron a Aldo Enrique Patroni y enseguida a Raúl Gómez Mazzola, que también lo habían refugiado. Luego, a Mario Guillermo Camín, un estudiante de ingeniería, cuyo padre le dio trabajo en una cantera de San Juan: a padre e hijo los secuestraron el 22 de mayo.

El 24 cayó Daniel Romero: lo había llevado a Las Heras cuando regresó de San Juan. El 25 secuestraron a Víctor Hugo Herrera, que lo alojó en la casa de sus padres. El 28 cayó Ramón Alberto Sosa, con el que se supone iba a encontrarse. Ese mismo día lo secuestraron a él. El 29 secuestraron a Juan Carlos Romero, hermano de Daniel y dirigente político que le había dado trabajo.

Son diez los represores en el banquillo de acusados. Entre ellos hay oficiales del Ejército de la 8ª Brigada de Mendoza, como Dardo Migno y Paulino Enrique Furió, que fue absuelto en el primer juicio. Además, hay un hombre simbólico de la represión: Francisco Alsides Paris, sucesor como jefe de la policía de Mendoza de Julio César Santuccione, los dos de la Fuerza Aérea. El juicio lleva a debate a policías de Mendoza y de la Federal. Entre ellos, al ex comisario Fernando Morellato Donna, recordado porque en 1976 pidió por escrito “una picana” para interrogar a dos militantes luego desaparecidos y en 2004 estaba al frente de una agencia de seguridad y presidía la Cámara de Empresas de Seguridad de la provincia.

REVISTA VEINTITRES

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