Comedia de enredos

La democracia electoralista con­vierte al parlamento en un escenario donde se representa una comedia de enredos, protagonizada por personajes que han comprado sus roles. 
Para ser elegido sólo es necesario tener dinero para pagar una buena campaña y no ofender al votante. Cada candidato se ofrece con las mismas técnicas utiliza­das para vender un buen jabón de ba­ja espuma. Ni siquiera hace falta per­tenecer a un partido político, y si no se es político mejor. Han envenenado la capacidad de actuar y elegir. Se ha diluido el concepto de demo­cracia equivalente a participación y poder popular, que las organizaciones guerrilleras habían desarrollado en los años '70, cuando desvinculaban la de­mocracia del proceso electoral, plan­teando la creación de una verdadera democracia clasista. 


En las mitologías democráticas posmodernas, que desean alinearse en un pensamiento políticamente correc­to, la representación parlamentaria no se toca. 
Antonio Gramsci proponía un socialismo de acción cultural contra el socialismo de acción electoral. Sólo la coordinación espontánea y dinámica permite una acción liberadora. 
Albert Camus, en EÍ hombre rebelde, habla de la asociación de individuos que multiplica fuerzas, y hace el sentimiento altruista. La fuerza individual no es suficiente para lograr grandes objetivos, pero esas in­dividualidades sumadas, aunque no es­tén unidas, producen una expresión de violencia creadora. 
Una alianza de egoístas, puede crear una máquina soli­daria capaz de revesar las líneas ene­migas y darle una oportunidad a la re­volución. Los individuos no se unen, pero sí se fusionan los efectos de sus ac­ciones violentas, que se identifican y se asocian por razones pragmáticas.



Alarma de incendio Walter Benjamin. en 1926 escribió "Alarma de incendio, un articulo donde advertía que si el derrocamien­to de la burguesía por el proletariado no se cumplía antes de la evolución técnica y científica, todo se habría perdido. 

La evolución científica ha lle­gado tan lejos que ya ni existe el pro­letariado. Benjamin entendía la revo­lución como la interrupción de ese viaje histórico hacia la catástrofe, y no como el resultado natural e inevitable del progreso económico (Marx y Engels), o como la contradicción de fuer­zas y relaciones de producción. 
Fierre Naville era un francés comu­nista disidente, que en 1928 levantó, con optimismo surrealista, las banderas del pesimismo activo.
Un pesimismo organizado y revolucionario, al servicio de las clases oprimidas, que no era en­tendido como una resignación fatalista, sino como una maquinaria de impedir. Ese anti-optimismo con melancolía re­volucionaria, que desconfiaba del com­portamiento de las masas y del futuro del socialismo, creía que no había que preocuparse por la decadencia de las naciones, sino por la amenaza del capi­talismo sobre la humanidad. Todavía hoy causa gracia el optimis­mo de los partidos burgueses y sus dis­cursos vacíos de contenido. Benjamin comparaba a los programas políticos con los poemas primaverales de los ma­los poetas. 
Contra ese optimismo sin conciencia, inspirado en la idea del progreso lineal, descubría en el pesimismo un punto de convergencia entre surrea­lismo v comunismo. Con Andró Bretón fundaron un "marxismo gótico", fuera de la tendencia materialista metafísica y sin la contaminación de la idea evolu­cionista del progreso. Un materialismo histórico sensible a la dimensión mági­ca de las culturas del pasado, que transformara al elogio de la vida anterior en un regreso al punto de partida de las utopías. 
Esa mirada nostálgica hacia el pasado, cercana al romanticismo, no significaba un gesto retrógrado. El obje­tivo no era retornar al pasado, sino to­mar un desvío por éste hacia un porve­nir utópico. Si desde este lugar del siglo XXI no podemos avanzar hacia un mundo mejor, debemos regresar al punto de partida, esa zona donde pensábamos que era posible progresar hacia un fu­turo justo, para arrancar de nuevo, no para quedarnos ahí. No decimos que todo tiempo pasado fue mejor, sino que es necesario volver a empezar. Co­mo en los juegos de laberinto, nos equivocamos al elegir la puerta y to­mamos un recorrido sin salida, por eso debemos regresar al principio para intentar el camino correcto. Podemos llamarlo romanticismo revolucionario o marxismo gótico, pe­ro lo importante es recuperar el gesto cultural contra la civilización capita­lista, y renovar la protesta referida a sus aspectos degradantes, en nombre de valores precapitalistas. 
La crítica romántica a la modernidad ataca te­mas aparentemente superados (¡ojo! superados no significa solucionados), como la transformación de los seres humanos en máquinas de trabajo, cuando ya ni siquiera son necesarios los seres humanos para hacer crecer al capital. Pero también habla de recuperar los es­fuerzos heroicos revolucionarios y ese es un espacio a rehacer.

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