Desactivar la violencia para (errar la historia)



Cuando el capitalismo globalizado ordena cerrar la historia, no hace otra cosa que desactivar la violencia como motor, y obliga a obedecer los mandatos del pensamiento único. Exige la aceptación de las reglas de un juego, que ha dejado a algunos en condicio­nes ventajosas y a otros en posición miserable y sin futuro. La violencia quedó en manos del poder y define al planeta con desigualdades irraciona­les. Sólo está permitido ofrecer resig­nación a esa violencia. El progresismo correcto, que supuestamente está del lado de las víctimas, se ha transforma­do en un grupo de diletantes inofensi­vos. La izquierda democrática se mue­ve con comodidad en un mundo apa­rentemente libre, donde se permite hablar pero se incapacita para actuar. Sólo el terrorismo mesiánico, sin pre­tender una sociedad más justa, golpea en donde más le duele a un poder. Aparentemente invencible. Inventa una lógica de batalla que iguala a los lu­chadores. No busca conquistar una nueva sociedad, porque la irracionali­dad capitalista ha devastado la posibi­lidad de futuro: elige morir abrazado a su enemigo. 

Las políticas dominantes y las mi­tologías bienpensantes invitan a sen­tarse a la mesa de negociaciones, pero ya no queda nada para negociar, sólo está permitido discutir cómo pagar la deuda o mendigar algún plan de ayu­da para indigentes tercermundistas. Existe un vacío ideológico que condu­ce a la ausencia de proyectos contra los actuales dueños de la historia. "El terrorismo mesiánico no cons­tituye violencia revolucionaria ni pro­paganda armada, como se la entendía en América latina en los años '70, cuando se secuestraba un empresario norteamericano y luego con el dinero del rescate se repartían alimentos en las villas miserias, lodo en función simbólica de un mundo mejor que es­taba por llegar, y por el cual valía la pena arriesgar la vida. El cambio so­cial parecía inevitable, y se creía posi­ble construir un modelo antiimperialista que trajera más justicia", señala Nicolás Castillo. 



Hoy es necesario ha­cer un planteo de ideas que forme una generación polemizadora y creadora de teorías. Este momento se presenta como mas oportuno que los años '70, donde el campo intelectual era prota­gonista pero con controversias menos exigentes. "Era una época de verdades sacrosantas, en una polémica de inter­pretación de escrituras". Las certi­dumbres estaban dadas: había que ha­cer el amor, militar en un partido re­volucionario, denigrar todo lo bur­gués y usar la violencia para quebrar las injusticias. Había más seguridad de respuestas, pero no existía un debate como el que hoy nos desafía. Hoy la critica a la historia es despiadada y a la vez luminosa. Debemos volver a pen­sarlo todo, frente a lo único que ha crecido: la injusticia.

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